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martes, 25 de noviembre de 2014

DOSSIER Nada es más humano que el crimen Jacques-Alain Miller

 Intervención realizada en una mesa redonda el 29 de abril de 2008, en el Anfiteatro de la Facultad de Derecho de Buenos Aires [1], en presencia del Decano de la Facultad. Se trata de la presentación del libro de Silvia Elena Tendlarz y Carlos Dante García ¿A quién mata el asesino? Psicoanálisis y Criminología (Grama, 2008). Tomo la palabra para celebrar la aparición de este libro, cuyos méritos son deslumbrantes: es claro y está bien ordenado; la amplitud de su información no es solo para los especialistas, sino que se dirige a un público amplio. Está escrito en una lengua común, y cada vez que introduce palabras propias del vocabulario del psicoanálisis o del derecho da una explicación. Esto no es común en los trabajos de los psicoanalistas. Encontrarán referencias y nombres propios que no conocen y que testimonian del esfuerzo por parte de los autores por ir más allá de la biblioteca habitual de los analistas. En mi opinión, este trabajo será útil tanto para los analistas como para los agentes del aparato jurídico. Vamos a tratar de imaginar qué uso puede tener para ellos. La clínica presentada en este libro resulta de una intersección entre el psicoanálisis y el derecho. Al leerlo pareciera que hay dos clínicas. Junto a la clínica psiquiátrica y freudiana, el propio discurso del derecho ha producido su propia clínica seleccionado los elementos que podía incorporar. Es a la vez, o sucesivamente, una clínica policial y jurídica. Por ejemplo, en los casos de asesinatos en serie, después de los primeros asesinatos resulta necesario diseñar un retrato psicológico, patológico del criminal, a fin de tratar de anticipar sus movimientos y capturarlo. En estas situaciones la clínica es un imperativo de seguridad pública. A la clínica policial se le agrega una clínica jurídica. Ella debe, por ejemplo, evaluar la posibilidad de que el sospechoso, para la satisfacción de las familias de las víctimas, pueda sostener su presencia y responder ante un tribunal. En Francia se requiere hacer comparecer a los psicóticos gravemente enfermos. Continúa una polémica hasta nuestros días para dilucidar si el diagnóstico clínico debe impedir que comparezca o no ante un tribunal. Entonces, hay dos clínicas, una clínica de los clínicos y una clínica de los policías y de los jueces. Silvia Elena Tendlarz y Carlos Dante García han intentado introducir la primera en la segunda. No es fácil. En este libro vemos que la clínica psicoanalítica trata de introducirse en la clínica policial y jurídica, sin megalomanía, de manera modesta, como una rata simpática que muerde los cables que sostienen la clínica policial y jurídica, y sin otra pretensión más que la de producir una pequeña preocupación en los profesores de derecho, en los jueces y en los abogados. No sé si lo van a lograr. Soñar contra la Ley Me pregunté, al leer este libro, qué texto psicoanalítico se le podría recomendar a los profesores de derecho y a los jueces de buena voluntad, qué orientación podríamos atrevernos a ofrecerles en relación al psicoanálisis. Pienso que la segunda parte del texto de Freud de 1925, al cual me he referido hace algunos años a propósito de un tema sugerido por Javier Aramburu, a quien recordamos, psicoanalista porteño, fallecido demasiado pronto. Se llama “Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto” [2], y particularmente su segunda parte, ‘La responsabilidad moral por el contenido de los sueños’, que escribió después de la Traumdeutung. Es una reflexión de Freud sobre los sueños de naturaleza inmoral. A estos sueños inmorales Freud se niega a llamarlos criminales porque dice que la calificación de crimen no pertenece al psicoanálisis propiamente dicho. ¡Incluso un juez tiene derecho a tener sueños inmorales! Nadie le puede castigar por eso, aunque él mismo se pueda cuestionar, reprochar por eso. Freud se pregunta sobre la implicación del sujeto en el contenido del sueño: ¿el sujeto debe sentirse responsable? En el sueño ocurre que uno es un asesino, mata, viola, hace cosas que en el mundo de la realidad merecerían castigos severos previstos por la ley. Freud considera que su descubrimiento de la interpretación de los sueños desplazó el problema. La Traumdeutung muestra cómo descifrar el contenido supuestamente escondido de los sueños. Lo que se manifiesta en el sueño, su contenido consciente que puede ser inocente, moral, correcto, también puede disimular un contenido más inmoral. Desde el punto de vista de Freud –y no creo que los analistas de hoy difieran sobre este punto–, el contenido latente de la mayoría de los sueños está hecho de la realización de deseos inmorales. Todos los sueños, si se sueña, son fundamentalmente sueños de trasgresión. Uno sueña siempre, según Freud, en contra del derecho. El núcleo del sueño es una trasgresión de la Ley. Los contenidos son de egoísmo, de sadismo, de crueldad, de perversión, de incesto. Se sueña contra la Ley. Y no estoy exagerando el punto de vista freudiano: en la formulación de Freud los soñadores son criminales enmascarados. De manera tal que, cuando se habla de un crimen, de un asesinato, lo primero que desde el punto de vista analítico se podría decir con seguridad es que en esta historia se trata de si mismo y no del otro. Pequeños monstruos fascinados Cuando se lee ¿A quién mata el asesino? uno se identifica con la víctima. Las cuatro páginas del Prólogo son para hacer pensar acerca de qué significa “¡todos asesinos!”. Por lo menos, todos somos sospechosos. Si se plantea la pregunta sobre si debemos asumir la responsabilidad de los sueños inmorales, Freud responde que sí. Analíticamente lo inmoral es una parte de nuestro ser. Nuestro ser incluye no solo la parte de la que estamos orgullosos, que mostramos en la tribuna o en el tribunal, la parte admirable, que constituye el honor de la humanidad, sino también la parte horrible. No solamente “honor” sino también “horror”. Al menos esto es lo que el psicoanálisis ha agregado a la idea de nuestro ser. La interpretación de los sueños por parte de Freud ha modificado la idea que teníamos sobre nuestro ser. El psicoanálisis ha mostrado que nuestro ser incluye esa parte desconocida, el inconsciente reprimido, que está dentro de mí, que me mueve y actúa habitualmente a través de mí y aunque Freud la llama “ello”, está en continuidad con el “yo”. Somos criminales inconscientes y eso aflora en la consciencia –principalmente en la consciencia obsesiva– como sentimiento de culpa. Freud considera que toda consciencia moral y la elaboración teórica y práctica del discurso del derecho son reacciones al mal que cada uno percibe en su ello. El derecho es una formación reactiva que resulta del mal presente en cada uno, es decir, primero hay en cada uno ese mal. Eso implica aquello que se puso en evidencia a partir del siglo XVIII y sobre todo desde el siglo XIX: la fascinación hacia el gran criminal. Existe una gran literatura sobre la fascinación hacia el gran criminal y una parte de este libro también recoge trabajos sobre este tema. El último capítulo, el de los serial killers, realmente es insoportable de leer. El último caso es el de Dahmer, el caníbal, que ha inspirado el personaje de Haníbal Lecter. Pienso que esa fascinación por el gran criminal tiene como razón de ser que en cierto modo él realiza un deseo presente en cada uno de nosotros. Aunque sea insoportable pensarlo, de alguna manera son sujetos que no han retrocedido frente a su deseo. Así, puedo entender por qué se utiliza la palabra “monstruo” para calificarlos. Por supuesto nosotros mismos también somos en cierta medida pequeños monstruos o monstruos tímidos. Me gustaría plantear la paradoja que nada es más humano que el crimen. Lo que parece más inhumano, ha sido reintroducido en lo humano por Freud. En ese sentido el crimen desenmascara algo propio de la naturaleza humana, aunque por supuesto exista en nosotros la simpatía, la compasión y la piedad. Lo humano puede ser, precisamente, lo conflictivo entre estas dos vertientes de la Ley y del goce. El serial killer está desprovisto de conflicto, eso es muy claro, en eso sale de lo común. Para terminar el libro hay que soportar la lectura de las descripciones que contiene, aunque ninguna sea obscena se han mantenido ciertos velos. Formas de matar Freud decía que el analista no puede asumir, en el lugar del jurista, la tarea de decidir la capacidad de asumir responsabilidades con fines sociales. La definición de responsabilidad para el bien de la sociedad no conviene al analista. Freud solamente podía ver la capacidad jurídica como una limitación del yo metapsicológico, situaba a la responsabilidad del jurista como una simple construcción social. Lo que se llama el “post-estructuralismo” relativiza, “semblantiza” los discursos: eso se encuentra ya en Freud. Con respecto a la responsabilidad analítica, la responsabilidad jurídica es como una construcción específica que depende de las circunstancias, de las épocas, de las tradiciones. Persiste una inquietud sobre lo que se puede considerar como la responsabilidad jurídica de las personas con trastornos de la personalidad, asociados a una enfermedad mental. En la página 165 del libro se dice que el psicoanálisis, después de haber retomado la clínica criminológica, busca acercarse mucho más a la posición subjetiva de esos individuos. No es fácil. Hay que ver cómo podemos sostener esta orientación. El matar, en la tapa de este libro, está referido a un asesino, pero eso no es el todo del matar. Hay un matar del ser humano que es legal. La civilización supone un derecho de matar al ser humano. Matar legalmente supone agregar algunas palabras al matar salvaje, un encuadre institucional, una red significante, que transforme el matar, la significación misma de la acción mortífera. Si se hace de la buena forma, si se introducen los buenos semblantes, “matar” no es más un asesinato sino un acto legal. Los significantes, las palabras, los encuadres, el ritual, transforman la acción mortífera. Un gran escritor de la época de la Revolución Francesa, que quiero mucho, y que es realmente la fuente de la corriente antirrevolucionaria francesa que tuvo repercusiones en otros países, que fue el embajador elegido por el rey de la Cerdeña y por Luis XVI durante su exilio en Rusia, Joseph De Maistre, dice en su obra más leída hoy, Las noches de San Petersburgo [3] –son dos o tres páginas, escritas en un estilo incandescente–, que para él la figura máxima de la civilización era el verdugo: el hombre que podía matar en nombre de la ley y de la humanidad. Ese era el personaje central en el conjunto de la civilización. En la época de las Luces, tan dulces, para Maistre la sangre humana tenía un valor esencial. La ley divina dice explícitamente que no se debe matar –lo dice San Juan [4]– en oposición a la idea de que la sangre humana es necesaria para pacificar a los dioses irritados. Para Maistre el Dios cristiano mismo quiere la sangre, la necesita. En un pequeño texto que se llama Ensayos sobre los sacrificios [5] demuestra que esta exigencia llega hasta la sangre de Cristo, necesaria para satisfacer el deseo de Dios. Así, interpretaba a Dios: Dios tenía un deseo y la sangre humana responde a ese deseo. Esto pasaba a la sociedad a través de la persona del verdugo. Se puede decir que la sociedad requiere la eliminación de cierta cantidad de seres humanos. Ya sea a través de una teorización o de otra, el conjunto social no se puede constituir sin la eliminación de seres humanos, el en-más de la población, ya sea a través de las guerras o en el orden interno. Esto continúa hasta en lo que hemos visto en el último siglo, ya sea la destrucción de clases sociales enteras o del genocidio de los judíos. Cuando el acto criminal produce un gran número muertos, sale del dominio del derecho y entra en el de la política. Cuando Harry Truman decide tirar la bomba atómica sobre Hiroshima no entra en el ámbito del libro ¿A quién mata el asesino?, es solamente “¿A quién mata la bomba atómica?”. La respuesta es “A algunos miles de japoneses. Estamos en guerra con Japón, es preferible que mueran algunos japoneses que los americanos”. Es un cálculo utilitarista. Estamos tranquilos porque no hay crueldad en esta decisión. No se encuentra allí el goce de la sangre humana sino más bien cierta frialdad. Ha aparecido como nuevo un “significante amo”, según la invención de Lacan, que se impone a todos sin discusión: lo “útil” para el mayor número, como decía Bentham. Ahora se hace todo en nombre de lo útil, eso limpia el matar de toda crueldad, allí donde antes había un gozar del castigo. Las ejecuciones de delincuentes, de criminales, eran fiestas populares. La gente iba a verla y a gozar. Se entendía que la sociedad necesitaba sangre y gozaba de ella como en una f iesta. La ruptura se produjo con Beccaria y Voltaire, quienes concibieron un castigo en nombre de una Ley abstracta, de un Otro de la ley que ya no goza. En nuestra época, la tendencia es hacer del no matar un absoluto. En Argentina, así como en Francia y en otros países, se abolió la pena de muerte aunque todavía no en los Estados Unidos. La consecuencia es que el criminal, que era agalmático, encarnación del goce, o el delincuente, aparece como un desecho y se recupera como los desechos. En cierto modo –Lacan aludió a eso y este libro también– la evolución utilitarista no va sin cierto rebajamiento de la dignidad humana del criminal, no va sin la pretensión científica de objetivizar el crimen y el criminal destituyéndolo de su subjetividad. De alguna manera, este libro trata de recuperar, en nombre del psicoanálisis, la significación subjetiva del acto criminal. No es fácil porque usualmente el acto criminal no lleva al sujeto a pedir análisis, tanto menos a un serial killer. Lo insondable y lo insensato Escuché en una supervisión el análisis de un futuro criminal –que se reveló después como tal– en el que aparecían algunos rasgos paranoicos, no demasiado fuertes. Algunos años después me enteré que este sujeto se volvió un criminal. En este libro hay unas páginas muy interesantes sobre una mujer criminal interrogada públicamente por Jorge Chamorro, el caso Hortensia. Durante la presentación de enfermos, que duró una hora y media, nuestro colega logró demostrar que se trataba de una psicosis mientras que el diagnóstico inicial era de histeria. No voy a retomar en detalle esta entrevista, sino subrayar que ella tenía la certidumbre delirante desde los seis años, el presentimiento seguro de lo que iba a ocurrir. Si ahora uno se pregunta qué sería un derecho inspirado por el psicoanálisis, por lo menos un derecho que no desconociera al psicoanálisis, se podría decir que sería un derecho que matizaría su creencia en la verdad. En Francia, cuando un testigo testimonia frente al tribunal debe jurar decir la verdad y solamente la verdad. Un derecho inspirado en el psicoanálisis tomaría en cuenta la distinción entre lo verdadero y lo real, que lo verdadero nunca logra a recubrir a lo real. La verdad es una función temporal y también de perspectiva. La verdad tiene agujeros. La verdad no es el reverso exacto de la mentira. El más verdadero de los estatutos de la verdad es la verdad mentirosa. Lo real mismo, cuando trata de decirse, miente. Así, este derecho, decía, tomaría en consideración que tanto el discurso del derecho como el discurso del psicoanálisis es una red de semblantes. El derecho tomaría en cuenta la relativización de la verdad y tendría consciencia de ser una construcción social. Creo que los agentes del derecho tienen ya autoconsciencia de vivir una construcción social. Este derecho también tomaría en cuenta que el sujeto constituye una discontinuidad en la causalidad objetiva, que nunca se puede recomponer totalmente la causalidad objetiva de un acto subjetivo. Deberían saber hacer con la opacidad que resta, y que hay algo de insondable en una decisión subjetiva del delincuente y del criminal. Esa misma opacidad se encuentra en la decisión jurídica puesto que nunca es pura aplicación de los códigos jurídicos. La decisión jurídica tiene en su centro una decisión sin fundamento, ex-nihilo, algo de creacionismo y de insensato. ¿Qué sería de los jueces inspirados por el psicoanálisis o que no desconocieran sus lecciones? Pienso en esa frase de Lacan en la que decía que los únicos verdaderos ateos están en el Vaticano. Creo que significa que cuando uno maneja la “máquina”, no solamente no necesita creer, sino que puede y no debe creer. Para poder servirse correctamente de la palabra Dios hay que saber prescindir de creer en él. Quizás los jueces, los abogados y los profesores de derecho son quienes mejor saben que no hay justicia. El derecho no es la justicia. Sería muy peligroso que crean en la justicia, en ellos sería un delirio creer en la justicia. Lacan a veces se quejaba de que los analistas no creían en el inconsciente, por lo menos para reclutarse. A la justicia hay que dejarla divina, dejarla en las manos de Dios, para el momento del Juicio Final. Para nosotros, en la Tierra, basta el discurso del derecho. 

Texto establecido por Silvia Elena Tendlarz.  1- El martes 29 de abril de 2008 tuvo lugar la presentación del libro ¿A quién mata el asesino? Psicoanálisis y criminología, de Silvia Elena Tendlarz y Carlos Dante García en el Aula Magna de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. La presentación estuvo a cargo de Mariano Ciafardini (Profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho, UBA); Carlos A. Elbert (Profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho, UBA); Germán García (Psicoanalista, Director de Enseñanzas de la Fundación Descartes) y Jacques-Alain Miller (Psicoanalista, Director del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII), con la coordinación de Jorge Chamorro. 2- Freud S., Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, “Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto”, 1925. 3- De Maistre J., Les Soirées de Saint-Pètersbourg, Paris, Robert Laffont, Bouquins, 2007, pp. 455-775. 4- Epître de Saint Jean 1 Jo3.15, Apocalypse: Apoc 21.8 et Apoc 22.15. 5- De Maistre J., Èclaircissementes sur les sacrifices, Paris, Robert Laffont, Bouquins, 2007, pp. 805-828. DOSSIER El acto criminal cambia a un sujeto de lugar

miércoles, 19 de febrero de 2014

A propósito de la serie de NBC "Hannibal"

A Tamara  por su aliento
A Giselle por su tierna existencia


4 de febrero de 2014
Galileo Becerril Vargas
Comentario de la Serie de Televisión “Hannibal (2013)

Recién he visto la serie de TV, que el director tuvo a bien nombrar “Hannibal”; y es la historia del Canibal que a principio de los años 90`s, el Director Jonathan Demme, lanzara a las salas de cines con el nombre de “The Silence of the lambs”, basada en la novela del escritor Thomas Harris, que lleva el mismo nombre y en la que por primera vez conocimos al Dr. Hannibal Lecter, un Psiquiatra excesivamente culto y que gustaba, además de analizar a sus pacientes, de la buena literatura, el arte, la música, además de un singular, y no muy ajeno, gusto gastronómico por la carne humana.
Cuenta la pre-historia de la relación entre Hannibal, interpretado por Mads Mikkelsen, y Will Graham, es un antes de “Red Dragon”(2002) , “The Silence of the Lambs”(1991) y “Hannibal”(2001) (el orden no es la temporalidad con la que aparecen, sino el orden en el que se deben ver). Graham, interpretado por Hugh Dancy, es un policía retirado del FBI y que se dedica a la docencia, aunque esto no es muy claro, ya que no se sabe si es una docencia universitaria o es una docencia policial, impartiendo cátedra a los nuevos peritos del FBI. Will tiene una particularidad psiquica y es que puede reconstruir un asesinato o lo que conocemos en psicología, pero llevado a un punto patológico, como ponerse los zapatos del otro, solo que Will lo extrapola al grado de confundirse con el asesino. Hannibal conoce a Will y al darse cuenta de esta característica, se interesa por él, comenzando una serie de encuentros que serán el punto central en esta historia.
Retoma todos los personajes principales de las películas que la antecedieron, como el Dr. Chilton quien es el psiquiatra que se encarga de la penitenciaría en la que encierran al Dr. Hannibal. El Director del departamento de Ciencias del Comportamiento Jack Crawford quien recluta a Will Graham. Todos estos personajes  principales le dan un sabor especial a la serie, debido a que nos permite adentrarnos en la vida íntima de Crawford, los penares por los que pasa al saber que su esposa tiene un cáncer incurable y que sólo le quedan algunos meses de vida. Es interesante ver a Hannibal como el personaje por el que se desencadenan una serie de sucesos en los personajes, que llevan a la reflexión sobre la vida de cada uno de ellos. Aunque esta posición que adopta es un tanto perversa y que líneas mas abajo explicare.
La trama de la serie nos invita a adentrarnos en la mente de los personajes, por un lado la capacidad de Will para recrear mentalmente los asesinatos al grado de llegar a sentir la violencia, la brutalidad, la saña con la que el asesino comete sus actos. Lo que recuerda el texto de Freud “Lo ominoso de 1919” -unhemlich-, y en la que hace una diferencia entre las palabras alemanas Unhemlich y la palabra hemlich; Freud plantea que por principio las dos palabras se oponen, por un lado hemlich se define como “(«íntimo»}, «heimisch»{«doméstico»}, «vertraut»{«familiar»}” y unhemlich es definido por Freud como “aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo (...)”1. La intención de Freud es establecer una vínculo entre estas dos palabras y en la que termina afirmando que aquello que se considera terrorífico, angustiante no es ajeno al sujeto, sino todo lo contrario; lo ominoso es lo mas familiar e íntimo y se encuentra instalado en el corazón mismo de lo humano. Al parecer  el director de este thriller, Bryan Fuller, leyó este texto Freudiano, al señalarlo en forma de guiño, animándonos a pensar que Will tiene esta capacidad imaginativa de recreación de los asesinatos, porque eso que puede ver en forma de alucinación, es su mas oscuro deseo. En el mismo texto freudiano encontramos otra referencia a lo ominoso y es, parece, el problema principal de Will y es que dice Freud: "Helos aquí, refiriéndose a fenómenos que nos generan un sentimiento ominoso,: la presencia de «dobles» en todas sus gradaciones y plasmaciones, vale decir, la aparición de personas que por su idéntico aspecto deben considerarse idénticas;(...)de suerte que una es poseedora del saber, el sentir y el vivenciar de la otra; la identificación con otra persona hasta el punto de equivocarse sobre el propio yo o situar el yo ajeno en el lugar del propio -o sea, duplicación, división, permutación del yo-, y, por último, el permanente retorno de lo igual, la repetición de los mismos rasgos faciales, caracteres, destinos, hechos criminales, y hasta de los nombres a lo largo de varias generaciones sucesivas".2 Lo que significa que ubicamos en el otro algo que nos pertenece, pero que es insoportable para nuestro yo, por lo que tenemos que destruirlo. Es una forma que el yo tiene para no alienarse con el otro, de no confundirse con este.  Estos momentos se observan en las escenas en las que se queda dormido y comienza a soñar, presentado al espectador como sí fuera una escena otra, porque justamente aparece después de un corte, lo que es estupendo ya que nos hace sentir lo que Will esta sintiendo, porque, como él, creemos que fue real. Ejemplo de ello es la escena en la que se ve como el padre de Abigail Hobbs, Garrett Jacob Hobbs;lo que confirma el apunte de Freud, o sea, la identificación con el yo del otro, que viene a mostrar nuestro deseo.
Por su lado Hannibal es la figura clásica del intelectual que viste de forma impecable, psiquiatra exitoso, en su consultorio que hace las veces de estudio, en donde nuestro protagonista pasa la mayor parte del tiempo instruyéndose y poniendo en práctica otra de sus cualidades como la pintura, la buena música y la lectura. Es el clásico perverso capaz de aparentar algo que en realidad no es. Una de las características de este carnicero es que los personajes nunca se imaginan lo que su simpático amigo es capaz de hacer. Se resaltan las escenas, aunque repetitivas, en donde vemos a Hannibal cocinando para una serie de invitados y, en donde, estos últimos, se ven degustando una variedad de guisos que sí se dijera lo que ese pato a la naranja no es eso, sino que en realidad es una pierna humana, todos devolverían lo engullido. Ahí Hannibal es un niño travieso, que da de tragar su porquería a los comensales. Viéndonos mas freudianos diríamos que Hannibal da de comer su eses riendo cínicamente. Estas escenas son rescatadas para darle continuidad a la parte introductora de "Red Dragon", es en la que después de que Will Graham, interpretado por Edward Norton, se enfrenta a Hannibal, interpretada por Sir Antony Hopskin, y a este último lo encierran, hay un espacio en el que se ven los anuncios de los periódicos que dan cuenta de la captura, el juicio y la condena que le dan a Hannibal, al tiempo en el que vemos el reparto del filme, y en estos se alcanza a leer que a sus invitados, a las grandes comilonas "griegas", les daba de comer carne humana, que aunque en la película es tomado en cuenta con una sola escena, la serie le pone el acento, repitiendo varias.
Es fantástico descubrir que Hannibal pone de manifiesto aquel dicho psicoanalítico de que el perverso transforma la realidad para que el neurótico se someta a ella. Porque una de las características de la estructura perversa como tal, es la denegación de la realidad; lo que significa que como no acepta que la realidad sea de la forma que es, entonces éste, junta los medios para recrear una que le asegure su goce. Es así como vemos a Hannibal interviniendo en los casos del FBI, ya sea ayudando al asesino a escapar o terminando con su vida para escapar de las sospechas. 
Es de mencionar que en esta serie, a pesar de qué es un thriller policiaco, el acento no esta puesto en descubrir quien esta detrás de los asesinatos, sino que esta centrada en la relación psicológica que establece Hannibal con Will, es por ello que los asesinatos pasan a segundo término. Por eso los asesinatos se resuelven en un capítulo, porque sabemos, y en esto pasamos a ser cómplices directos de Hannibal, que el asesino principal, la mano que mece la cuna, esta siempre cerca de la ley. Y aquí la figura de Hannibal viene a delatar un secreto, que nunca deja de escaparse de entré las manos, y es que la ley siempre tiene un lado oscuro y perverso, un lado en el que es posibles la contradicción, la ley esta fuera de su ley.
Los diálogos son bien manejados, tienen continuidad con lo que va sucediendo con la historia permitiendo, al televidente,  seguir la secuencia de las escenas lo que permite estar siempre al borde de la butaca, butaca?, más bien, sillón, en donde el espectador se ha dejado caer para permitir esta excelente serie.
Un elemento negativo que se deja ir, y que, como la serie retoma elementos de los filmes que la precedieron, no podemos dejar escapar la caracterización del periodista Freddie Lounds, que en el filme esta interpretado por Philip Seymour Hoffman y en la serie por Lara Jean Chorostecki. La que, debido a la excelente actuación de Hoffman en Red Dragon, quien lo representa brillantemente, al grado de generarte sentimientos de repudio por lo insoportable, pedante y cínico que es,  le queda chico el papel, la actriz apenas tiene algunos papeles en algunas películas en las que no ha brillado como los otros actores de la serie
Podemos resumir que es una buena serie que permite quedar en suspenso mientras, en marzo 10, se estrena la siguiente temporada para descubrir qué ocurre con los personajes, aunque sabemos que al final de la historia Hannibal se corta una mano al escapar de la policía y Will se retira del FBI a una ciudad con mar.

Galileo Becerril Vargas

 1 Freud, Sigmund. "Lo Ominoso (1919)". En Obras Completas. Libro XVII. Edit. Amorrortu. Pág. 220. Año 1979

2 Freud, Sigmund. "Lo Ominoso (1919)". En Obras Completas. Libro XVII. Edit. Amorrortu. Pág. 234. Año 1979.




miércoles, 29 de enero de 2014

Curso: La Entrevista, su estilo, su ética

Curso impartido a los alumnos de la Licenciatura en Medicina en las Instalciones de Universidad Pablo Guardado Chávez







miércoles, 20 de noviembre de 2013

Alumnos del Seminario de Feminidad

Del Texto de Freud: Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1932-1936)
Libro: XXII
Capítulo: 33ª Conferencia “ La feminidad”

….Ese distingo no es psicológico; cuando ustedes dicen «masculino», por regla general piensan en «activo», y en «pasivo» cuando dicen «femenino». Es cierto que existe una relación así. La célula genésica masculina se mueve activamente, busca a la femenina, y el óvulo permanece inmóvil, aguardando de manera pasiva. 

Podría intentarse caracterizar psicológicamente la feminidad diciendo que consiste en la predilección por metas pasivas. Desde luego, esto no es idéntico a pasividad; puede ser necesaria una gran dosis de actividad para alcanzar una meta pasiva. Quizás ocurra que desde el modo de participación de la mujer en la función sexual se difunda a otras esferas de su vida la preferencia por una conducta pasiva y unas aspiraciones de meta pasiva, en extensión variable según el imperio limitado o vasto de ese paradigma que sería su vida sexual 

…No descuidaremos la existencia de un vínculo particularmente constante entre feminidad y vida pulsional. Su propia constitución le prescribe a la mujer sofocar su agresión, y la sociedad se lo impone; esto favorece que se plasmen en ella intensas mociones masoquistas, susceptibles de ligar eróticamente las tendencias destructivas vueltas hacia adentro. El masoquismo es entonces, como se dice, auténticamente femenino. Pero si, como ocurre con tanta frecuencia, se topan ustedes con el masoquismo en varones, ¿qué otra cosa les resta sí no decir que estos varones muestran rasgos femeninos muy nítidos? 

…Pues bien; el psicoanálisis, por su particular naturaleza, no pretende describir qué es la mujer -una tarea de solución casi imposible para él-, sino indagar cómo deviene, cómo se desarrolla la mujer a partir del niño de disposición bisexual…

Abordamos la indagación del desarrollo sexual femenino con dos expectativas. la primera, que tampoco en este caso la constitución ha de plegarse sin renuencia a la función; la segunda, que los cambios decisivos ya se habrán encaminado o consumado antes de la pubertad…

…Además, una comparación con las constelaciones estudiadas en el varón nos dice que el desarrollo de la niña pequeña hasta la mujer normal es más difícil y complicado, pues incluye dos tareas adicionales que no tienen correlato alguno en el desarrollo del varón…

…También surgen diferencias en la disposición pulsional, que permiten vislumbrar la posterior naturaleza de la mujer. La niña pequeña es por regla general menos agresiva y porfiada, se basta menos a sí misma, parece tener más necesidad de que se le demuestre ternura, y por eso ser más dependiente y dócil. El hecho de que se la pueda educar con mayor facilidad y rapidez para el gobierno de las excreciones no es, probablemente, sino la consecuencia de aquella docilidad; en efecto, la orina y las heces son los primeros regalos que el niño hace a las personas que lo cuidan, y su gobierno es la primera concesión que puede arrancarse a la vida pulsional infantil. También se recibe la impresión de que la niña pequeña es más inteligente y viva que el varoncito de la misma edad, que se muestra más solícita hacia el mundo exterior, y que sus investiduras de objeto poseen mayor intensidad que las de aquel…

Los dos sexos parecen recorrer de igual modo las primeras fases del desarrollo libidinal. Habría podido esperarse que ya en la fase sádico-anal se exteriorizara en la niña pequeña un rezago de la agresión, pero no es así. El análisis del juego infantil ha mostrado a nuestras analistas mujeres que los impulsos agresivos de las niñas no dejan nada que desear en materia de diversidad y violencia. Con el ingreso en la fase fálica, las diferencias entre los sexos retroceden en toda la línea ante las concordancias. Ahora tenemos que admitir que la niña pequeña es como un pequeño varón. Según es sabido, esta fase se singulariza en el varoncito por el hecho de que sabe procurarse sensaciones placenteras de su pequeño pene, y conjuga el estado de excitación de este con sus representaciones de comercio sexual. Lo propio hace la niña con su clítoris, aún más pequeño. Parece que en ella todos los actos onanistas tuvieran por teatro este equivalente del pene, y que la vagina, genuinamente femenina, fuera todavía algo no descubierto para ambos sexos…

…nos autoriza a establecer que en la fase fálica de la niña el clítoris es la zona erógena rectora. Pero no está destinada a seguir siéndolo; con la vuelta hacia la feminidad el clítoris debe ceder en todo o en parte a la vagina su sensibilidad y con ella su valor, y esta sería una de las dos tareas que el desarrollo de la mujer tiene que solucionar, mientras que el varón, con más suerte, no necesita sino continuar en la época de su madurez sexual lo que ya había ensayado durante su temprano florecimiento sexual. 

…la segunda tarea que gravita sobre el desarrollo de la niña. El primer objeto de amor del varoncito es la madre, quien lo sigue siendo también en la formación del complejo de Edipo y, en el fondo, durante toda la vida. También para la niña tiene que ser la madre -y las figuras del ama y la niñera, que se fusionan con ella- el primer objeto; en efecto, las primeras investiduras de objeto se producen por apuntalamiento en la satisfacción de las grandes y simples necesidades vitales (ver nota(107)), y las circunstancias de la crianza son las mismas para los dos sexos. Ahora bien, en la situación edípica es el padre quien ha devenido objeto de amor para la niña, y esperamos que en un desarrollo decurso normal esta encuentre, desde el objeto-padre, el camino hacia la elección definitiva de objeto. Por lo tanto, con la alternancia de los períodos la niña debe trocar zona erógena y objeto, mientras que el varoncito retiene ambos. Así nace el problema de averiguar cómo ocurre esto y, en particular, cómo pasa la niña de la madre a la ligazón con el padre o, con otras palabras, de su fase masculina a la femenina, que es su destino biológico...

…ustedes saben que es muy grande el número de mujeres que hasta épocas tardías permanecen en la dependencia tierna respecto del objeto-padre, y aun del padre real. En tales mujeres de intensa y duradera ligazón-padre hemos hecho sorprendentes comprobaciones. Sabíamos, desde luego, que había existido un estadio previo de ligazón-madre, pero no sabíamos que pudiera poseer un contenido tan rico, durar tanto tiempo, dejar como secuela tantas ocasiones para fijaciones y predisposiciones. Durante ese período el padre es sólo un fastidioso rival; en muchos casos la ligazón-madre dura hasta pasado el cuarto año. Casi todo lo que más tarde hallamos en el vínculo con el padre preexistió en ella, y fue trasferido de ahí al padre. En suma, llegamos al convencimiento de que no se puede comprender a la mujer si no se pondera esta fase de la ligazón-madre preedípica. 

Ahora querremos saber cuáles son los vínculos libidinosos de la niña con la madre. He aquí la respuesta: son muy diversos. Puesto que atraviesan por las tres fases de la sexualidad infantil, cobran los caracteres de cada una de ellas, se expresan mediante deseos orales, sádico-anales y fálicos. Esos deseos subrogan tanto mociones activas como pasivas; si se los refiere -cosa que debe evitarse en lo posible- a la diferenciación entre los sexos, cuya emergencia es posterior, se los puede llamar masculinos y femeninos. Además, son por completo ambivalentes, tanto de naturaleza tierna como hostil-agresiva. Estos últimos suelen salir a la luz únicamente después que han sido mudados en representaciones de angustia. No siempre es fácil pesquisar la formulación de estos tempranos deseos sexuales; el que se expresa con mayor nitidez es el de hacerle un hijo a la madre, así como su correspondiente, el de parirle un hijo, ambos pertenecientes al período fálico, bastante extraños, pero comprobados fuera de duda por la observación analítica…

Recuerdan ustedes un interesante episodio de la historia de la investigación analítica que me hizo pasar muchas horas penosas. En la época en que el principal interés se dirigía al descubrimiento de traumas sexuales infantiles, casi todas mis pacientes mujeres me referían que habían sido seducidas por su padre. Al fin tuve que llegar a la intelección de que esos informes eran falsos, y así comprendí que los síntomas histéricos derivan de fantasías, no de episodios reales. Sólo más tarde pude discernir en esta fantasía de la seducción por el padre la expresión del complejo de Edipo típico en la mujer. Y ahora reencontramos la fantasía de seducción en la prehistoria preedípica de la niña, pero la seductora es por lo general la madre. Empero, aquí la fantasía toca el terreno de la realidad, pues fue efectivamente la madre quien a raíz de los menesteres del cuidado corporal provocó sensaciones placenteras en los genitales, y acaso hasta las despertó por vez primera (vernota(108)). 

¿A raíz de qué, pues, se va a pique {se va al fundamento} esta potente ligazón-madre de la niña?... El extrañamiento respecto de la madre se produce bajo el signo de la hostilidad, la ligazón-madre acaba en odio. Ese odio puede ser muy notable y perdurar toda la vida, puede ser cuidadosamente sobrecompensado más tarde; por lo común una parte de él se supera y otra permanece. Sobre esto ejercen fuerte influencia, desde luego, los episodios de años posteriores…

Escuchamos entonces una larga lista de acusaciones y cargos contra la madre, destinados a justificar los sentimientos hostiles del niño; son de muy diverso valor, cuya ponderación no omitiremos. Muchos son racionalizaciones manifiestas; queda a nuestro cargo hallar las fuentes reales de la hostilidad… 

De esos reproches a la madre, el que se remonta más atrás es el de haber suministrado poca leche al niño, lo cual es explicitado como falta de amor…

La figura de la nodriza nutricia se fusiona por lo común con la de la madre; cuando esto no acontece, el reproche se muda en este otro: que la madre despidió demasiado pronto a la nodriza, quien alimentaba al niño con tan buena disposición. Pero cualquiera que haya sido la situación real, es imposible que el reproche del hijo esté justificado tantas veces como se lo encuentra. Parece más bien que el ansia del niño por su primer alimento es lisa y llanamente insaciable, y que nunca se consoló de la pérdida del pecho materno. 

Hasta es probable que la angustia de envenenamiento tenga íntima relación con el destete. Veneno es el alimento que a uno le hace mal. Acaso el niño atribuya sus primeras enfermedades a esa denegación. Es que hace falta ya una buena dosis de adiestramiento intelectual para creer en el azar; el primitivo, el ignorante, y sin duda también el niño, saben indicar una razón para todo lo que sucede. Quizás originariamente fue un motivo en el sentido del animismo. Todavía hoy, en muchos estratos de nuestra población no puede morir nadie sin que se crea que fue asesinado por otro, de preferencia el médico. Y la reacción neurótica regular ante la muerte de una persona allegada es, también, la autoinculpación de que uno mismo ha causado esa muerte. 

…La próxima acusación a la madre se aviva cuando el siguiente hijo aparece en su cuna. Si es posible, retiene el nexo con la denegación oral. La madre no quiso o no pudo dar más leche al niño porque necesitaba el alimento para el recién llegado. En los casos en que los niños se llevan tan poca diferencia de edad que la segunda gravidez interfiere la lactancia, este reproche cobra por cierto una base real y, asombrosamente, ni siquiera con una diferencia de sólo 11 meses es el niño demasiado joven para percatarse de la situación. Pero el amamantamiento no es lo único que enemista al niño con el indeseado intruso y rival; igual efecto traducen todos los otros signos del cuidado materno. Se siente destronado, despojado, menoscabado en sus derechos…