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miércoles, 20 de noviembre de 2013

Alumnos del Seminario de Feminidad

Del Texto de Freud: Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1932-1936)
Libro: XXII
Capítulo: 33ª Conferencia “ La feminidad”

….Ese distingo no es psicológico; cuando ustedes dicen «masculino», por regla general piensan en «activo», y en «pasivo» cuando dicen «femenino». Es cierto que existe una relación así. La célula genésica masculina se mueve activamente, busca a la femenina, y el óvulo permanece inmóvil, aguardando de manera pasiva. 

Podría intentarse caracterizar psicológicamente la feminidad diciendo que consiste en la predilección por metas pasivas. Desde luego, esto no es idéntico a pasividad; puede ser necesaria una gran dosis de actividad para alcanzar una meta pasiva. Quizás ocurra que desde el modo de participación de la mujer en la función sexual se difunda a otras esferas de su vida la preferencia por una conducta pasiva y unas aspiraciones de meta pasiva, en extensión variable según el imperio limitado o vasto de ese paradigma que sería su vida sexual 

…No descuidaremos la existencia de un vínculo particularmente constante entre feminidad y vida pulsional. Su propia constitución le prescribe a la mujer sofocar su agresión, y la sociedad se lo impone; esto favorece que se plasmen en ella intensas mociones masoquistas, susceptibles de ligar eróticamente las tendencias destructivas vueltas hacia adentro. El masoquismo es entonces, como se dice, auténticamente femenino. Pero si, como ocurre con tanta frecuencia, se topan ustedes con el masoquismo en varones, ¿qué otra cosa les resta sí no decir que estos varones muestran rasgos femeninos muy nítidos? 

…Pues bien; el psicoanálisis, por su particular naturaleza, no pretende describir qué es la mujer -una tarea de solución casi imposible para él-, sino indagar cómo deviene, cómo se desarrolla la mujer a partir del niño de disposición bisexual…

Abordamos la indagación del desarrollo sexual femenino con dos expectativas. la primera, que tampoco en este caso la constitución ha de plegarse sin renuencia a la función; la segunda, que los cambios decisivos ya se habrán encaminado o consumado antes de la pubertad…

…Además, una comparación con las constelaciones estudiadas en el varón nos dice que el desarrollo de la niña pequeña hasta la mujer normal es más difícil y complicado, pues incluye dos tareas adicionales que no tienen correlato alguno en el desarrollo del varón…

…También surgen diferencias en la disposición pulsional, que permiten vislumbrar la posterior naturaleza de la mujer. La niña pequeña es por regla general menos agresiva y porfiada, se basta menos a sí misma, parece tener más necesidad de que se le demuestre ternura, y por eso ser más dependiente y dócil. El hecho de que se la pueda educar con mayor facilidad y rapidez para el gobierno de las excreciones no es, probablemente, sino la consecuencia de aquella docilidad; en efecto, la orina y las heces son los primeros regalos que el niño hace a las personas que lo cuidan, y su gobierno es la primera concesión que puede arrancarse a la vida pulsional infantil. También se recibe la impresión de que la niña pequeña es más inteligente y viva que el varoncito de la misma edad, que se muestra más solícita hacia el mundo exterior, y que sus investiduras de objeto poseen mayor intensidad que las de aquel…

Los dos sexos parecen recorrer de igual modo las primeras fases del desarrollo libidinal. Habría podido esperarse que ya en la fase sádico-anal se exteriorizara en la niña pequeña un rezago de la agresión, pero no es así. El análisis del juego infantil ha mostrado a nuestras analistas mujeres que los impulsos agresivos de las niñas no dejan nada que desear en materia de diversidad y violencia. Con el ingreso en la fase fálica, las diferencias entre los sexos retroceden en toda la línea ante las concordancias. Ahora tenemos que admitir que la niña pequeña es como un pequeño varón. Según es sabido, esta fase se singulariza en el varoncito por el hecho de que sabe procurarse sensaciones placenteras de su pequeño pene, y conjuga el estado de excitación de este con sus representaciones de comercio sexual. Lo propio hace la niña con su clítoris, aún más pequeño. Parece que en ella todos los actos onanistas tuvieran por teatro este equivalente del pene, y que la vagina, genuinamente femenina, fuera todavía algo no descubierto para ambos sexos…

…nos autoriza a establecer que en la fase fálica de la niña el clítoris es la zona erógena rectora. Pero no está destinada a seguir siéndolo; con la vuelta hacia la feminidad el clítoris debe ceder en todo o en parte a la vagina su sensibilidad y con ella su valor, y esta sería una de las dos tareas que el desarrollo de la mujer tiene que solucionar, mientras que el varón, con más suerte, no necesita sino continuar en la época de su madurez sexual lo que ya había ensayado durante su temprano florecimiento sexual. 

…la segunda tarea que gravita sobre el desarrollo de la niña. El primer objeto de amor del varoncito es la madre, quien lo sigue siendo también en la formación del complejo de Edipo y, en el fondo, durante toda la vida. También para la niña tiene que ser la madre -y las figuras del ama y la niñera, que se fusionan con ella- el primer objeto; en efecto, las primeras investiduras de objeto se producen por apuntalamiento en la satisfacción de las grandes y simples necesidades vitales (ver nota(107)), y las circunstancias de la crianza son las mismas para los dos sexos. Ahora bien, en la situación edípica es el padre quien ha devenido objeto de amor para la niña, y esperamos que en un desarrollo decurso normal esta encuentre, desde el objeto-padre, el camino hacia la elección definitiva de objeto. Por lo tanto, con la alternancia de los períodos la niña debe trocar zona erógena y objeto, mientras que el varoncito retiene ambos. Así nace el problema de averiguar cómo ocurre esto y, en particular, cómo pasa la niña de la madre a la ligazón con el padre o, con otras palabras, de su fase masculina a la femenina, que es su destino biológico...

…ustedes saben que es muy grande el número de mujeres que hasta épocas tardías permanecen en la dependencia tierna respecto del objeto-padre, y aun del padre real. En tales mujeres de intensa y duradera ligazón-padre hemos hecho sorprendentes comprobaciones. Sabíamos, desde luego, que había existido un estadio previo de ligazón-madre, pero no sabíamos que pudiera poseer un contenido tan rico, durar tanto tiempo, dejar como secuela tantas ocasiones para fijaciones y predisposiciones. Durante ese período el padre es sólo un fastidioso rival; en muchos casos la ligazón-madre dura hasta pasado el cuarto año. Casi todo lo que más tarde hallamos en el vínculo con el padre preexistió en ella, y fue trasferido de ahí al padre. En suma, llegamos al convencimiento de que no se puede comprender a la mujer si no se pondera esta fase de la ligazón-madre preedípica. 

Ahora querremos saber cuáles son los vínculos libidinosos de la niña con la madre. He aquí la respuesta: son muy diversos. Puesto que atraviesan por las tres fases de la sexualidad infantil, cobran los caracteres de cada una de ellas, se expresan mediante deseos orales, sádico-anales y fálicos. Esos deseos subrogan tanto mociones activas como pasivas; si se los refiere -cosa que debe evitarse en lo posible- a la diferenciación entre los sexos, cuya emergencia es posterior, se los puede llamar masculinos y femeninos. Además, son por completo ambivalentes, tanto de naturaleza tierna como hostil-agresiva. Estos últimos suelen salir a la luz únicamente después que han sido mudados en representaciones de angustia. No siempre es fácil pesquisar la formulación de estos tempranos deseos sexuales; el que se expresa con mayor nitidez es el de hacerle un hijo a la madre, así como su correspondiente, el de parirle un hijo, ambos pertenecientes al período fálico, bastante extraños, pero comprobados fuera de duda por la observación analítica…

Recuerdan ustedes un interesante episodio de la historia de la investigación analítica que me hizo pasar muchas horas penosas. En la época en que el principal interés se dirigía al descubrimiento de traumas sexuales infantiles, casi todas mis pacientes mujeres me referían que habían sido seducidas por su padre. Al fin tuve que llegar a la intelección de que esos informes eran falsos, y así comprendí que los síntomas histéricos derivan de fantasías, no de episodios reales. Sólo más tarde pude discernir en esta fantasía de la seducción por el padre la expresión del complejo de Edipo típico en la mujer. Y ahora reencontramos la fantasía de seducción en la prehistoria preedípica de la niña, pero la seductora es por lo general la madre. Empero, aquí la fantasía toca el terreno de la realidad, pues fue efectivamente la madre quien a raíz de los menesteres del cuidado corporal provocó sensaciones placenteras en los genitales, y acaso hasta las despertó por vez primera (vernota(108)). 

¿A raíz de qué, pues, se va a pique {se va al fundamento} esta potente ligazón-madre de la niña?... El extrañamiento respecto de la madre se produce bajo el signo de la hostilidad, la ligazón-madre acaba en odio. Ese odio puede ser muy notable y perdurar toda la vida, puede ser cuidadosamente sobrecompensado más tarde; por lo común una parte de él se supera y otra permanece. Sobre esto ejercen fuerte influencia, desde luego, los episodios de años posteriores…

Escuchamos entonces una larga lista de acusaciones y cargos contra la madre, destinados a justificar los sentimientos hostiles del niño; son de muy diverso valor, cuya ponderación no omitiremos. Muchos son racionalizaciones manifiestas; queda a nuestro cargo hallar las fuentes reales de la hostilidad… 

De esos reproches a la madre, el que se remonta más atrás es el de haber suministrado poca leche al niño, lo cual es explicitado como falta de amor…

La figura de la nodriza nutricia se fusiona por lo común con la de la madre; cuando esto no acontece, el reproche se muda en este otro: que la madre despidió demasiado pronto a la nodriza, quien alimentaba al niño con tan buena disposición. Pero cualquiera que haya sido la situación real, es imposible que el reproche del hijo esté justificado tantas veces como se lo encuentra. Parece más bien que el ansia del niño por su primer alimento es lisa y llanamente insaciable, y que nunca se consoló de la pérdida del pecho materno. 

Hasta es probable que la angustia de envenenamiento tenga íntima relación con el destete. Veneno es el alimento que a uno le hace mal. Acaso el niño atribuya sus primeras enfermedades a esa denegación. Es que hace falta ya una buena dosis de adiestramiento intelectual para creer en el azar; el primitivo, el ignorante, y sin duda también el niño, saben indicar una razón para todo lo que sucede. Quizás originariamente fue un motivo en el sentido del animismo. Todavía hoy, en muchos estratos de nuestra población no puede morir nadie sin que se crea que fue asesinado por otro, de preferencia el médico. Y la reacción neurótica regular ante la muerte de una persona allegada es, también, la autoinculpación de que uno mismo ha causado esa muerte. 

…La próxima acusación a la madre se aviva cuando el siguiente hijo aparece en su cuna. Si es posible, retiene el nexo con la denegación oral. La madre no quiso o no pudo dar más leche al niño porque necesitaba el alimento para el recién llegado. En los casos en que los niños se llevan tan poca diferencia de edad que la segunda gravidez interfiere la lactancia, este reproche cobra por cierto una base real y, asombrosamente, ni siquiera con una diferencia de sólo 11 meses es el niño demasiado joven para percatarse de la situación. Pero el amamantamiento no es lo único que enemista al niño con el indeseado intruso y rival; igual efecto traducen todos los otros signos del cuidado materno. Se siente destronado, despojado, menoscabado en sus derechos…